Historia

Para entender la conexión entre los antiguos “niños españoles” del Club y España y sus familias de acogida, es necesario echarle un vistazo al pasado de ambos países.

Tal acción sería absolutamente imposible hoy en día. Muchos aspectos, además de las medidas de seguridad, juegan un papel fundamental, como el aspecto psicológico y la motivación de enviar a los niños a un país lejano. También se debe tener en cuenta el dolor asociado con la despedida tanto de los niños como de los padres, tanto en Austria como en su nueva “patria”. Hoy vivimos en un mundo globalizado y estamos conectados en todo el mundo a través de las redes sociales. Conocemos las frutas exóticas y por supuesto sabemos pelarlas. Pero en el año 1949 fue una "aventura": la partida a un mundo nuevo y desconocido.

La situación económica en Austria inmediatamente después del final de la guerra fue, por los destrozos de la guerra, catastrófica. - sobre todo la infraestructura. El colapso del suministro de alimentos y la desnutrición provocaron graves problemas de salud para gran parte de la población. Los bebés, los niños y los ancianos se vieron especialmente afectados. Ya en noviembre de 1945, varias organizaciones, como la Cruz Roja Suiza y la Asociación Scout Suiza, invitaron a niños austriacos de entre cinco y doce años a estancias de tres meses con familias suizas y en campamentos recreativos. Un poco más tarde esta precaria situación fue el motor que impulsó a muchos países a emprender iniciativas humanitarias, por lo que el primer transporte de niños salió de Viena en 1949 rumbo a España.

Fecha: febrero de 1949

Destino: Santander

La primera expedición de niños austriacos tuvo lugar el 20 de febrero de 1949. En el tren que circuló desde Viena hasta Irún iban tres inspectoras designadas por Cáritas Austria para coordinar y ayudar a los niños durante todo el viaje. Las inspectoras hicieron de traductoras para los niños y se ocuparon de ellos hasta la entrega a las familias de acogida. El presente testimonio es el de una de esas tres inspectoras. Su relato es de gran valor para entender el viaje que tuvieron los niños desde una óptica adulta. Ya sé que están Ustedes deseando saber algo de mis impresiones obtenidas en mis viajes por España, a donde me había llevado la casualidad para desempeñar el cargo de Inspectora de los niños austriacos mandados a aquel país por mediación de Cáritas de Viena y de Acción Católica de España.
Suerte y casualidad había sido el haberme encontrado en esta misión, una ocasión que se me presentaba inesperadamente. En mi vida hubiera pensado poder volver a España a los pocos años de terminada la guerra. Pero es aquello de “cuando menos se piensa, salta la liebre”. Y por cierto, esta liebre saltó muy lejos y siguió saltando muchas veces hasta volver de nuevo a su punto de partida.
De haberlo pasado mucho o de haber yo sabido antes como resultaría todo en la práctica, quizás no hubiera aceptado el cargo. Pero fue tan tentadora la perspectiva de poder ir a España, sin que por mi aparte tuviera las menores dificultades y quebraderos de cabeza en obtener pasaporte, visados y demás tonterías, que no vacilé ni un solo momento. Además, se me ofrecía la oportunidad de volver a ver, después de diez años, a mi querida madrina y demás amistades en Barcelona.
Cuando al fin se supo con toda seguridad que la primera expedición de niños habría de partir a mediados de febrero, hice a toda prisa mi maleta, pensando que para fines de año estaría otra vez de vuelta. Pero luego resultó la estancia en España mucho más larga de lo que todos nos habíamos imaginado. Pero no nos fue mal.

El día fijado para la partida, todos los reunimos en la estación, nuestro director de Cáritas, el padre Balzen, nosotras, las tres inspectoras, las demás acompañantes que habían de venir hasta la frontera española y los 500 niños, todos chicos traviesos e inquietos los más de ellos. Esperamos a que pudiéramos subir al tren que se estaban formando.
Poco faltaba y yo hubiera podido volverme a casita quedando con un palmo de narices. Pues, figúrense Ustedes, a mí se me había ocurrido dejar en mi casa mi tarjeta de identidad creyendo que si llevaba pasaporte no me haría falta lo otro. Es que no había contado con los rusos y que podían pedirla al pasar la línea de demarcación. ¡Valiente susto me llevé yo! Por lo pronto, me vi en un apuro sin saber cómo salir de él. Y más que yo, nuestro director, el padre Balzen, que al enterarse, se puso furiosísimo y de haber podido, creo que me hubiera enviado a los mil demonios. Pero la providencia se apiadó de mí en la persona de una tía de mi compañera Inge, que estuvo allí y que se prestó a dejarme su tarjeta con su foto. Aunque todos dijeron que se me parecía un poco, no era cierto. Aquella señora era alta, fuerte, de pelo más bien oscuro y yo todo lo contrario. Pero, en fin, por lo pronto, yo procuraba identificarme en lo posible con la señora. Pero fácilmente podrán Ustedes hacerse cargo de mi estado de ánimo al acercarnos al Semmering, línea de demarcación.
Primera parada. Suben los rusos a hacer el registro. Yo me acomodo en un rincón de un departamento muy estrecho a la ventanilla con un libro de cuentos en la mano como si leyera un cuento a la media docena de chicos que me rodean y hacen que tapan. Mientras, en el departamento de al lado, unos rusos hacen preguntas a la Princesa Juana de Borbón, porque ésta viaja con un pasaporte español. Pasan los segundos y cuando me parece más crítico el momento, hételo aquí que pasan de largo sin fijarse siquiera en los chicos y menos aún en mí. ¡El peso que se me quitó de encima cuando el tren se puso otra vez en marcha!

Empleamos en nuestro viaje dos días y dos noches casi sin parar ni bajar del tren, pasando por Italia del Norte, bordeando toda la Costa Azul, haciendo tan solo las paradas necesarias para cambiar la máquina y tomar agua. Todos llevamos nuestras provisiones y solo en Milán obsequiaron a los niños con bebidas calientes. Atravesamos la parte meridional de Francia hasta llegar a Lourdes, donde bajamos todos por primera vez del tren. Formando una fila interminable, los quinientos y pico nos dirigimos a la gruta de la Virgen para pedir su protección y rezar una misa. Después de una alocución del rector de Lourdes en francés, fuimos obsequiados con una merienda y luego otra vea al tren.
Faltaba poco para llegar a la frontera de Irún. Serían las ocho de la noche del tercer día. ¡Cuántas veces nos habían preguntado los chicos!: ¿estamos ya en España? ¿Cuándo llegaremos?
¡Irún! ¡A bajar todo el mundo y todos los bultos! En la gran sala del restaurante ya nos estaban aguardando las autoridades de Acción Católico y de Auxilio Social. Para los niños se habían preparado largas mesas donde les esperaba un buen café caliente con bollos y los primeros plátanos y naranjas. Había que ver las caras de los niños y con fruición hincaron sus dientecillos en las sabrosas frutas. Sobre todo las naranjas, que les sabían a gloria. En cambio, más de uno se llevó un chasco mordiendo la cáscara del plátano que muchos de ellos no habían visto jamás. En esta merienda, fueron asistidos por señoritas de la Cruz Roja y guardadoras de Auxilio Social, que se desvivían por los niños.
Luego se hizo el transbordo y del otro lado del restaurante subimos al tren español que nos había de conducir a Pamplona. Ya el cansancio general fue tan grande que sasí como quedaron todos en sus asientos, cada niño cayó rendido de sueño. A nosotras, las inspectoras, nos acomodaron en un vagón de primera clase. Qué delicia poder tenderse en anchos y mullidos asientos de butaca después de dos noches sin dormir y de viajar en vagones de tercera con sus duros bancos de madera. Nos pareció estar en el cielo. A las once de la noche, poco más o menos, arrancó el tren que en adelante nos había de llevar por tierras españolas.

Llegamos a Pamplona a eso de las tres de la madrugada. Pamplona, capital de Navarra, ciudad natal de Sarasate, donde en un museo del Ayuntamiento se guardan como reliquias infinidad de objetos y recuerdos del gran violinista que con su arte mágico hizo vibrar de emoción al mundo musical de su época. En aquella estación también nos había esperado una multitud de personas y de curiosos a pesar del frío de la noche y de la hora avanzada. Pero ni los niños ni nosotros nos dimos cuenta de nada ni de nadie, además, no vimos más que caras extrañas y gentes desconocidas.
No sé en cuántas tandas fuimos trasladados. Los niños en autobuses y nosotros en coche particular, al Hogar Santa María la Real, donde por el momento quedaron instalados los niños. El Hogar era un edificio enorme y de modernísima construcción, como si hubiéramos topado con un castillo de hadas. Si en la noche oscura brillaron las innumerables de la casa iluminada guiándolos en nuestro camino, más mágico aún nos pareció su interior con sus lámparas de cristal derrochando luz y haciéndola reflectar en el mármol blanco del pavimento, de las gruesas columnas y de la escalera principal.
Aquí, grandes y chicos, fuimos acogidos con los brazos abiertos, con una palabra de cariño y una sonrisa en los labios, por la directora del Hogar, nuestra simpatiquísima Manolita, que en el futuro había de ser una de las colaboradoras más activas y abnegadas en nuestra tarea.
Igual las guardadoras, como en los días siguientes las familias que venían para ver los niños, solían prorrumpir en exclamaciones como éstas: ¡Ay, angelito de mi alma! ¡Mira ese, qué monada de niño! Y ¡Qué rubios son! Y cosas por el estilo. Si toda esa gente hubiese sabido los malos ratos que esos niños nos hicieron pasar para llamarlos al orden, lo mucho que nos habían hecho rabiar y gritar hasta dejarnos sin voz, yo estoy segura que las familias españolas no los habrían acogido con tanto cariño y entusiasmo. Pero el corazón del español es muy grande, inmensamente grande, como nos dijo una señora en Zaragoza y este corazón hizo que todos sintiesen tanta conmiseración para con esas pobres criaturas víctimas de la guerra y del hambre.
A los niños se les hizo subir enseguida a sus respectivos dormitorios de los que había cuarenta distribuidos por los dos pisos de la casa. A muchos de ellos, se llegaba atravesando largos pasillos, salitas coquetonas con el mobiliario típico de la época de Felipe II, todo ello hecho con un primor y lujo sin igual. No hay que hablar de los grandes comedores, despachos, salas de consulta para médico y dentista y demás cuartos y dependencias.
Además, todo nuevecito, flamante, puesto que habíamos sido nosotros los primeros en inaugurar este edificio que el Gobierno español había mandado construir para albergar en él a niños desamparados y huérfanos.
Con ocasión de un viaje a España de nuestro padre Balzen, y al ver éste toda aquella maravilla de obra e instalación, exclamó: “de buena gana me llevaría todo esto a Austria dentro de mi bolsillo”. Fue el mayor elogio que pudo hacer, puesto que en sus correrías y viajes por toda Europa y parte de América y Canadá, no había encontrado una casa tan perfecta ni tan hermosa como aquel hogar.
Pues no había que darles bofetadas a esas criaturas que en sus cartas que escribían a sus padres de Austria se quejaban de que no les gustaba el albergue y que estaban allí a regañadientes. Claro, porque durante su estancia en aquella casa se veían sometidos a una disciplina más o menos severa, viéndose atados y sin libertad.
Pero en fin, todo tuvo su arreglo y al cabo de dos semanas quedó listo el primer grupo de unos ciento y pico de muchachos que mi compañera y una servidora tuvimos que acompañar a Santander ayudadas por unas cuantas señoritas de Acción Católica de esa población.

Ya la expectación de los niños tuvo límites, pero no fue menos la impaciencia y la curiosidad de las familias que los esperaban. Nos aguardó a todos otro viaje largo y pesado de veinte horas por lo menos. Una vez en la provincia de Santander, en el paso por el puerto de montaña, en la estación de Reinosa y en otras muchas habían accedido cientos y cientos de personas, ávidas por ver a nuestros pobrecitos pillos, muchas de esas buenas gentes se compadecieron de tal manera que derramaron lágrimas de compasión y en muchas estaciones obsequiaron a los niños con tal cantidad de galletas y caramelos que muchos de los chicos se llevaron después un formidable empacho.
Debíamos haber llegado a Santander a las doce del mediodía, pero llegamos con el acostumbrado retraso de dos horas. Entre tanto, había llegado gente al andén, en la plaza delante de la estación y en la rampa que queda detrás. Creo que medio Santander se había puesto en pie para esperar la llegada de los niños con una paciencia digna de admiración. Había que oír los gritos de entusiasmo y los vítores que daban cuando el tren entró en la estación. Apenas si nos dejaban bajar a que se formasen los chicos para poder salir a la plaza. Qué aglomeración de gentes y qué entusiasmo. De haber llegado el emperador de China o cualquier as o campeón famoso, no creo que hubiesen acudido más gente y hubiera sido mayor su expectación.
Pero no hubo tiempo para entretener a mirar alrededor nuestro. A los chicos los metieron en unos autobuses, a mí y a mi compañera en sendos coches particulares y en un santiamén nos llevaron a una iglesia donde nos esperaba el Obispo que nos dirigió unas palabras muy sentidas y se cantó la salve.
A continuación, todos al Hotel Roma, que es uno de los grandes hoteles cerca del Sardinero, la playa preferida de los españoles. Como en tales ocasiones suelen hacerse las cosas un poco atropelladamente, no acertamos, una señorit a y yo, a reunirnos con los demás.

Pues en aquel gentío habíamos perdido nuestro coche o lo que nos pareció más probable, que el coche se había ido con otros. Pero no obstante, salimos pronto del apuro y fuimos volando adonde todos nos estaban esperando sentados ya ante no sé cuántas mesas colocadas en el comedor que parecía convertido en una gran sala de fiesta. Yo tuve que sentarme al lado del alcalde y de una autoridad militar, y acto seguido empezaron a desfilar los platos más ricos para nuestros paladares, que después de tantos años de la guerra y de privaciones ya habían perdido la noción de lo que era bueno. Después del hambre y de las restricciones que habíamos sufrido, aquello nos pareció el país de la jauja.
Los santanderinos se habían volcado para obsequiar a nuestros pequeñuelos. Entre pasteleros, carniceros, confiteros,… todos habían aportado su óvulo. En un rincón del comedor, una orquesta estaba tocando sin cesar música vienesa como el Danubio Azul y otros valses. Reinaba una animación difícil de describir. Todos charlábamos por los codos. Los señores estaban deseosos de saber cómo nos había ido durante la guerra y otras cosas más. Una vez terminada la comida, todos se dispersaron y solo quedamos los que tuvimos que intervenir en el reparto.
¡125 niños! Calculen Ustedes. Esto se dice pronto, pero para que cada uno pudiese ser asignado a su familia respectiva, el trabajo, el griterío, el tumulto que esto ocasiona … Algunas familias que habían venido de fuera y que estaban impacientes por no perder el tren que les había de llevar a su pueblo, no querían ni podían esperar a que les llegase su turno. Nosotros, entretanto, bregando por quitar a los niños sus cartones que durante el viaje habían llevado colgados al cuello, anotando sus nombre y revisando su documentación y cartilla sanitaria para que no se perdiera ninguno ni hubiese equivocación.
Al mismo tiempo, había una de discusiones, de preguntas y de charlas por parte de las familias interesadas con los señores de la junta que había veces que aquello parecía una pública subasta, pues a ratos llegaba a ser ensordecedor el ruido que producían y que aquella sala hacía retumbar más fuerte aún. Había momentos que el director de la Junta no tuvo más remedio que subirse a una mesa para imponer silencio a fuerza de gritos.

Aquella algarabía duró siete horas. Siete horas mortales. Durante las cuales, cientos de persona que estaban allí reunidas no dejaban de gritar, de vociferar, de persuadir unos a otros.
A las doce de la noche, cuando había terminado el reparto, quedamos todos tan rendidos como soldados después de haber librado una batalla. Vaya temperamento el de aquella gente. Horas antes, muchas de las pobres criaturas quedaban dormidas, cada una encima de su macuto, en las posturas más grotescas que uno podía imaginar.
No podían más. Ya era hora de ir cada mochuelo a su olivo y mi compañera y yo al hotel que nos habían asignado. Aún no sé cómo habíamos podido resistir tantas horas. Después de una cena bastante opípara, quedamos dormidas como unas benditas. Había terminado la primera jornada de nuestra tarea.

En 1949, después de un largo viaje, los niños llegaron a una “España”, que estaba a punto de finalizar la reconstrucción tras el revuelo de la guerra civil. Diez años después del final de la guerra civil, también era necesario romper las cadenas de aislamiento en España que habían surgido del régimen de Franco. España en 1949 también era un país donde la pobreza y el hambre estaban presentes. Los niños recuerdan a mujeres con bebés en brazos o con niños pequeños que pedían pan en las puertas de las casas. Y, sin embargo, organizaciones como Acción Católica lograron encontrar familias de acogida para niños austríacos y alemanes necesitados con sus llamamientos. A veces con la ayuda de la prensa local, como muestra el siguiente artículo del periódico:

Cuando llegó el primer transporte a Port-Bou, los niños fueron recibidos con alegría por la población a pesar de la hora tardía y recibidos con comida y bebida. Así comenzó la “Aventura España” para los niños, comenzando con un idioma que les era ajeno y terminando con frutas como las naranjas que les eran desconocidas. Por supuesto, entonces no sabían que primero tenían que pelarlas. Los niños fueron recibidos con amor y cariño por sus familias de acogida. Disfrutaron plenamente de las libertades que se les negaron en Austria.
Y así absorbieron España con todos sus sentidos: colores, olores, sabores, lengua y tradiciones. Pero esta aventura también llegó a su fin y con muchos regalos comenzaron su viaje a casa llorando.

"Lágrimas de partida y lágrimas de regreso" como acertadamente lo expresó un niño español. De regreso en Austria, tuvieron que adaptarse nuevamente a su "vieja" nueva vida.
A pesar de que muchos niños olvidaron sus conocimientos de la lengua española, su España, sus familias y sus experiencias siguen siendo inolvidables hasta hoy en día.












Elias Jimenez

A través de los años que llevo residiendo en Viena, he tenido ocasión de conocer algunas personas que entre 1949 y 1950, siendo niños, fueron acogidos temporalmente por familias españolas.
Todas éstas personas conservan muy buen recuerdo de ésta "etapa" de su vida y la mayor parte continúan manteniendo relaciones con los que ellos suelen llamar "meine spanische Eltern"desplazan a España con relativa frecuencia, a pasar unos días con las familias.
Pensé que, aunque en principio parece imposible, valdría la pena intentar reactivar los contactos entre los austríacos y austriacaís que estuvieron en España y las familias españolas que los acogieron, fomentando así indirectamente las relaciones humanas entre los dos paises y eliminando en parte aunque muy pequeña, el gran número de prejuicios e ideas equivocadas que de España se tiene en Austria Comentando un día éste tema con el Sr. Lutkowitz en el Club Español de Viena, me dijo que precisamente habia una persona en ése momento en el Club que le recordjiba a una de las personas que acompañaron las expediciones a España.
Nos dirijimos a la persona y resultó ser cierto, se trata de la Sra. Consuelo Enriquez que es hoy en día corresponsal del diario YA de Madrid en Viena.Más tarde tuve una entrevista con la Sra. Consuelo Enriquez y estuvimos hablando sobre el tema, me dió una fotocopia de un artículo publicado por ella en el diario YA del 02.09.1975, éste artículo fué la primera información de interés que recibí y me animó a continuar, o más bien comenzar, el proyecto.
La Sra Consuelo Enriquez estaba de acuerdo en que la idea era muy buena pero opinaba que sería prácticamente imposible realizarla.Me entrevisté con el Sr. Quijano, Director de la Oficina de Turismo de España en Viena, para ver que le parecia a éi la idea cómo promoción indirecta y a pequeña escala, de España en Austria y al mismo tiempo ver hasta qué punto podríamos contar con su apoyo.
El propuso que se hiciese cargo de ello la Sociedad Austriaco-Española de Viena y le dije que por mi parte no lo consideraba adecuado ya que no se trataba de reunir gentes con ánimos de cosechar más o menos méritos sino deberian ser getes totalmente desinteresadas en éste aspecto, gente que tuviese ilusión y ánimo de hacer las cosas porque participasen del aspecto altruista y de relaciones humanas que debe tener y mantener el proyecto.
En principio se trata de localizar al máximo número posible de personas interesa das en Austria y España, aquí se tropieza con el primer gran problema: muchísimas de éstas personas habrán cambiado de domicilio, de nombre, habrán fallecido algunos, etc., las listas que pudiésemos conseguir de Caritas o de la Embajada de España en Viena, servirían casi únicamente en plan de estadíatica pero no de localización.
Habría que publicar notas en la prensa de España y Austria con la esperanza que la gente interesada contestaría a ésas notas. Hablé con el Sr. Paul Pop del KURIER de Viena, se interesó por el tema y me ofreció su apoyo en el sentido de publicar un reportaje periodístico y en el mismo indicar la dirección adónde se deberían dirijir por escrito la gente.El siguiente paso sería remitir a las personas que nos écribiesen un cuestionario de preguntas a las que contestarian simplemente marcando una X, y que nos - permitiria tener una visión global de los puntos de más interés cómo por ejemplo: si hablan español o no, si lo desean practicar o perfeccionar, si mantienen contacto con las familias españolas actualmente, si desean reanudar los contactos en el caso que hayan sido interrumpidos, si estan interesados en un encuentro numeroso en Madrid, etc. Caso de poderse llevar a cabo un encuentro gigante en Madrid, que desde luego seria dentro de un par de años, habría que interesar en dicho encuentro a autoridades y organismos para que lo apoyasen y dar conocimiento de el por todos los medios de comunicación, el resultado sería muy positivo para las relaciones humanas entre los dos paises.
Se podría tambien crear una asociación en Austria de tipo cultural fomentando el interés por España de éstas personas austríacas que también tendría gran repercusión ya que la mayor parte estarán casados y tendrán hijos.Son muchas las posibilidades que habría una vez localizadas al menos un 10% de las personas que estuvieron en España. En diciembre de 1977, tuve la oportunidad de comentar brevemente éste proyecto con el Excmo. Sr. Embajador de España en Austria y se interesó pidiendome le escribiese una carta exponiendo el asunto lo más claramente posible, pocos días más tarde le remití dicha carta.Hablé del proyecto con muchas personas entre ellos el Sr. Jaime Montanera gran promotor en Barcelona y a nivel privado, de las relaciones entre los dos paises. Con su acción "Raices de amistad", el Sr. Montanera realiza una loable labor de acercamiento desde hace unos 16 años. Se interesó mucho por el proyecto y ofteció su total e incodicional apoyo, a finales de 1978 ha hecho publicar una nota en la prensa de Cataluña y según me ha comentado por teléfono, el eco ha sldo mayor de lo que se esperaba ya que están recibiendo cartas continuamente. A principios de febrero de 1979, me enviará una relación con el nombre y dirección de las personas que han contestado a la nota de prensa. También he comentado el proyecto hace tiempo con el Dr. Adolfo Gómez residente en Viena que cada año realiza un largo viaje por España y tiene allí buenas relaciones con la prensa y algunos organismos. Por iniciativa suya se ha publicado una nota en forma de "Carta al director" comentando el proyecto y a pesar del"poco tiempo transcurrido desde la publicación, ya he repibido algunas cartas y llamadas telefónicas. Uno de los problemas primordiales parece haberse solucionado.
Se trata de tener una dirección neutral y desinteresada adónde se dirijan las personas por carta y dónde nos podamos reunir al menos una vez por semana, cuatro o cinco personas para trabajar en la organización del proyecto preparando el archivo, contestando a las cartas que lleguen, confeccionando el cuestionario de preguntas, etc.El Sr. Andrés Anton Director del Institute de Cultura de España en Viena, ha ofrecido la dirección del Instituto para recibir la correspondencia y una sala del mismo para las sesiones de trabajo.El primer paso será una reunión con algunas personas austríacas y otros interesados además del Sr. Paul Pop del KURIER, de ésta reunión saldrá el reportaje periodístico que debería ser publicado lo más tarde en el próximo mes de marzo.Sería muy positivo y de gran ayuda contar con el apoyo de la Embajada de España en Viena, ya me he entrevistado con el Sr.
Celles y próximamente me entrevistaré con el Excmo. Sr. Embajador de España en Viena, Don Juan Manuel Castro Rial.He recibido una carta del Presidente del Instituto Hispano Austriaco en Madrid en la que se puede entreleer cierto reproche por la nota en la prensa del Dr. Adolfo Gómez, no creo que la idea que se expone en ésta carta sea positiva para el proyecto ya que se habla de prioridades y de un homenaje de dudoso éxito por tener cierto tono de caridad que está muy lejos de la inteneión de mi proyecto por el que no se van a interesar gran cosa las personas indicadas como "Patronos" de dicho Instituto en Madrid. Tengo noticias de que el Instituto Hispano Austriaco fue constituido en 1978, mi carta al Excmo. Sr. Embajador de España en Viena es de diciembre de 1977, sólamente cómo aclaración.